Si no estás seguro de que exista un poder superior inteligente llamado Dios, no estás solo. Los seres humanos han cuestionado la existencia de Dios desde fechas tan lejanas como los años 1700 a. C.
Hubo mentes brillantes que contendieron con el concepto y construyeron argumentos en ambos lados del debate. Grandes pensadores como Platón, Aristóteles, Aquino, Descartes, Kant, Nietzsche, Russell, Dawkins, Hawking, y Zacharias han sido de peso en torno a este tema. Haz la prueba de buscar “existencia de Dios” en Internet, y descubrirás cientos de listas.
Hoy usamos palabras como ateísmo y agnosticismo para designar aquellos sistemas de creencias que sostienen que no hay suficientes evidencias para estar seguros de que Dios existe. Por diversas razones, algunas personas no quieren que existan dioses de ninguna índole. Otros consideran que los seres humanos crearon el concepto de Dios para su propio beneficio. Y muchísimas personas argumentan que, debido a que no se puede demostrar que Dios exista, todo el asunto queda en duda.
Esta reacción es muy común en las sociedades de Occidente donde se reclama que el razonamiento científico lo demuestre todo: desde los crímenes cometidos, hasta los aterrizajes en la luna y la existencia del monstruo del lago Ness. Si no se puede dar prueba científica de algo, su realidad queda puesta en duda. (Debe decirse que en muchas otras sociedades el escepticismo consiste en lo opuesto: en demostrar que Dios no existe).
De alguna manera esto es cierto: no se puede demostrar la existencia de Dios (ni su ausencia) usando los medios científicos tradicionales. No tenemos resultados en tubos de ensayo, ni evidencia de ADN, ni estudios moleculares, ni fotografías explícitas, ni nada que un científico pudiera usar para demostrar la existencia de un ser.
Pero si lo pensamos, no siempre exigimos la demostración científica para estar en condiciones de creer en algo. En tanto tengamos la clase correcta de evidencia, sentimos la certeza de que algo ocurrió o algo es real. A veces usamos la lógica, la deducción, o la experiencia personal como argumentos a favor de aquello que creemos es cierto.
Por ejemplo, si vuelves de una vacación y al entrar en tu casa encuentras una leyenda pintada con aerosol en la pared de la sala, es lógico deducir que alguien extraño entró. No tienes ninguna prueba: huellas digitales, ni señales de que forzaron la puerta, ni pisadas, ni evidencia de ADN, ni fotografías, ni vídeo, ni testimonios de los vecinos… ninguna “prueba” de que eso hubiera sido hecho por una persona.
Si alguien te dijera que sucedió fortuitamente, que fue un caso aleatorio, te reirías. “Miren las paredes,” dirías. “Eso no estaba allí cuando salí de viaje. Alguien lo hizo. No sé quiénes son o porqué lo hicieron, pero lo que tienen delante de los ojos no pudo haber ocurrido solo”.
Para muchas personas, esto es lo que ocurre con la pregunta sobre la existencia de Dios. Miran el mundo en el que viven y no pueden sino pensar que un ser inteligente es responsable de su existencia. Parece haber orden en todo, una asombrosa complejidad inexplicable en términos humanos.
Quizás esto no te sea suficiente. En estas cuestiones quisieras sentir que estás pisando terreno firme, en una roca innegable. “Dios existe o no existe, y necesito demostrarlo de manera lógica en un sentido o en el otro”.
El hecho es que no importa cuánta “prueba” se ofrezca, siempre requerirá el aporte de la fe. Tendrás que tomar lo que leas en este documento, y los libros que te recomendemos, y entonces hacer tu propia decisión. Lo único que podemos hacer es plantear el caso, y dejar que seas el juez.
Las secciones siguientes bosquejan algunos de los argumentos que se usan para afirmar la existencia de Dios. No entraremos en mucho detalle en cada uno de ellos, ya que puedes profundizar la investigación por tu cuenta. Pero sí estaremos brindando un resumen de los argumentos más aceptados.