En esencia, lo que Dios quiere de nosotros es aquello que tenía con nosotros en el comienzo.
En el principio no había nada, y después lo hubo todo. Dios nos creó porque nos ama, nos quiere, y su naturaleza es ser dador. No nos creó para que lo adoráramos, porque él ya era completo en sí mismo antes de que nosotros llegáramos a existir. Lo adoramos en respuesta al amor que él nos tiene (1 Juan 4:19). Cuando el hombre pecó, como lo relata Génesis, Dios pudo habernos abandonado en esta tierra y comenzar otra vez en algún otro lugar del universo; pero no lo hizo. UNA VEZ MÁS él se acercó a nosotros. Todo el resto de la Biblia es una asombrosa historia de amor sobre cómo el Creador puso en marcha un plan para reconciliar consigo a su creación.
Lo que Dios quiere es estar en relación con nosotros nuevamente. El pecado nos separó de él, como hemos aprendido leyendo su Palabra. Dios no nos creó para que le sirviéramos, de la misma manera que nosotros no engendramos hijos porque haya tareas que atender en la casa. Por cierto, nuestros hijos hacen cosas para nosotros, pero eso es el resultado de su relación con nosotros, no la razón por la cual los concebimos. El deseo que Dios tiene para nosotros como sus hijos es que estemos con él, unidos en una relación que será eterna, y que se hizo posible por el sacrificio que él hizo al enviar a su único Hijo, Jesucristo, a pagar la culpa por nuestros pecados y abrir esta posibilidad para toda la humanidad (Juan 3:16).
Lo que Dios quiere es estar otra vez unido a las personas a las que ama apasionadamente.