La experiencia humana también apunta hacia la existencia de Dios. A lo largo de la historia, prácticamente todas las culturas han desarrollado alguna forma de creencia en Dios. Algo en nuestra psique humana reclama la existencia de un dios, alguien a quien adorar, alguien que provea una estructura para la vida, una guía para los asuntos cotidianos. Parece estar impreso en nuestra naturaleza.
Agréguese a esto el testimonio de billones de personas que a lo largo de los siglos han dado testimonio no solo de creer en un Dios que existe, sino que además está presente y activo en su vida cotidiana. Obviamente, esto es subjetivo y acientífico, pero también lo son el amor, el odio, los recuerdos, los sueños… y no ponemos en duda su existencia.
Cuando uno ve una transformación total en la vida de una persona, es natural detenernos y prestar atención. ¿Qué produjo ese cambio tan dramático? ¿Cómo pudieron dejar el pasado atrás y limpiar por completo sus vidas? ¿De dónde vino ese poder?
C. S. Lewis lo expresa de otra manera, explorando la idea de la sed. Todos experimentamos sed, pero no se trata de una necesidad inventada. Existe porque nuestros organismos necesitan algo. Nacimos con esa necesidad. De la misma manera, ¿por qué habrían de anhelar a Dios los seres humanos a lo largo de la historia, si en realidad Dios no existiera? ¿De dónde vendrían esas ansias si no hubiera una respuesta legítima para ellas?
Quizás no sea posible demostrar científicamente la existencia de Dios, pero podemos llegar a conclusiones razonables basadas en las probabilidades que surgen de diversas formas de evidencia. Al final, tendrás que arribar a tu propia conclusión, a partir de la evidencia disponible.